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Tolerancia a la lactosa

Siempre venimos defendiendo hasta qué punto ha sido importante la influencia en el devenir de nuestra especie como homo sapiens, nuestra flora intestinal y la temprana ingestión de alimentos que contenían probióticos activos.

Ya en el libro “SOS Probióticos”, en el capítulo dedicado a la leche,  precisábamos que el grupo de los alimentos que más probióticos pudo aportarnos fueron los productos lácteos ya que la leche es un magnífico medio de cultivo para los lactobacilos y estreptococos, tan habituales en nuestra flora intestinal.

Decíamos en el capítulo referido:

“En un principio, a los humanos adultos se nos impedía disfrutar de la leche. A partir de cierta edad no podíamos digerirla y nos sentaba mal. Al hacerse adultos eran todos intolerantes a la lactosa […] cuando la leche fermenta, gran parte de la lactosa, el azúcar que contiene, se transforma en ácido láctico y por ello no es necesario que el organismo disponga de lactasa para digerirla. Gracias a la fermentación que se produciría de forma accidental, la leche, se hizo comestible para los humanos adultos […] Parece ser que el ADN se rindió ante el hecho consumado, concediéndonos la posibilidad de metabolizar la lactosa.”

Pero en el pasado año, tras analizar una serie de  recipientes de cerámica del neolítico, encontraron restos de ácidos grasos de la leche. Apoyándose en ello, la revista Forbes en una publicación daba por sentado que…

«Así, en época de hambrunas, epidemias infecciosas o ambas, el elevado consumo de leche cruda, casi por obligación, habría hecho que los no tolerantes a la lactosa tuvieran más probabilidad de morir antes o durante sus años reproductivos, lo que haría aumentar la frecuencia poblacional del gen de la persistencia de la lactasa hasta los niveles actuales.» 1

O sea, que según sostenían, nos hicimos tolerantes a la lactosa, por adaptación genética, tras la eliminación de aquellos humanos, que al no poder digerirla, morían de inanición.

Al contrario, la hipótesis publicada en nuestro libro es que la adaptación a la lactosa, pudo haberse producido de forma paulatina y por ello con resultados menos dramáticos de los que se planteaban en la publicación de la revista Forbes. Y es que debió ser muy difícil mantener la leche, sin refrigerar y en unos recipientes porosos donde la limpieza sería complicada, sin que hubiera fermentado en diferentes niveles.

Dado que  las bacterias lácticas responsables de la fermentación, transforman la lactosa en ácido láctico, las leches ingeridas entonces, presentarían una concentración de lactosa más baja dependiendo del punto de fermentación que hubieran alcanzado.

Y esto parece corroborarlo un recientísimo estudio publicado en la Royal  Society Open Science en el que se afirma: «La investigación sugiere que los primeros agricultores redujeron el contenido de lactosa en la leche al convertirla en queso u otros productos lácteos como el yogur, y usaron productos lácteos de diferentes animales, como vacas, ovejas o cabras.”2

Y en la misma publicación, la autora principal, Miranda Evans, estudiante de doctorado en el Departamento de Arqueología de Cambridge, declaró:  Los resultados proteómicos mostraron que los residuos antiguos se parecían mucho tanto a los residuos modernos de la fabricación del queso como al propio queso y no a la leche entera.”3

Por tanto, esta investigación parece darnos la razón a la hipótesis que planteábamos en nuestro libro.

1. Staff, F. (2022, 27 julio). Los antiguos humanos consumían leche mucho antes de poder digerirla. Forbes México. https://www.forbes.com.mx/los-antiguos-humanos-consumian-leche-mucho-antes-de-poder-digerirla/

2, 3. University of York | Miranda Evans, Jasmine Lundy, et al., Detection of dairy products from multiple taxa in Late Neolithic pottery from Poland: an integrated biomolecular approach, Royal Society Open Science (2023). 

Por: José Antonio Barroso.

José Antonio Barroso, fundador del Grupo Microal-Tecoal, nos ofrece una descripción precisa sobre la perfecta simbiosis ancestral entre el ser humano y los probióticos, de la que nos hemos beneficiado inmensamente de forma mutua y gracias a la cual somos lo que hoy somos, como especie y como civilización.