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La ingesta de probióticos pudo permitir el surgimiento de la inteligencia

Desde antiguo se viene manteniendo un lógico debate,sobre el proceso que llevó al homínido a ser consciente de su existencia terrenal y del reconocimiento del yo como ser pensante. 

Al final de la década de los 80 y principio de los noventa, se estableció la teoría de que fue el aumento en la frecuencia del consumo de carne, el que provocó el desarrollo del tamaño de los cerebros y, por ende, la aparición de la inteligencia

Pero si esa hipótesis fuera correcta, ¿por qué los cerebros de los animales cuya dieta ha sido siempre absolutamente carnívora, leones o tigres, no tienen grandes cerebros, hablan o son inteligentes? De momento no creo que hayan aparecido evidencias que puedan ir en pro de esta teoría. Pero creo que hay una explicación que para mí está más cerca de ser factible:

Historia de los probióticos y su efecto en nuestro cuerpo

La ingesta de probióticos, más o menos continuada, pudo enriquecer nuestra flora microbiana. Este enriquecimiento de una microbiota activa, pudo propiciar cambios tan importantes en nuestro cerebro como para que una serie de conexiones cerebrales se impusieran hasta hacer que mutaciones genéticas, permitieran el surgimiento paulatino de la inteligencia.

 

El neocórtex es reconocido como la estructura “más humana” de nuestro cerebro. Es donde radica la capacidad de ser creativos, imaginativos, la utilización del lenguaje… o sea, todo aquello que nos separa de los demás homínidos. 

Un muy reciente estudio lleva a sospechar que un cambio en el material básico del neocortex, fue lo que produjo esa transformación en nuestro cerebro, y eso nos llevó a la consciencia. Como veremos más adelante, ya tenemos suficientes evidencias de la influencia de la microbiota en nuestro cerebro.

“De los estudios realizados con biopsias humanas, cultivos celulares y organismos modelos, se desprende que existe una asociación clara entre el microbioma intestinal y la expresión génica en el huésped». Nichols RG. & Davenport ER. The relationship between the gut microbiome and hos gene expression: a review. 2020. Human Genetics.

No parece por tanto, tan ilógico pensar que fueron esos microorganismos que nos habitan, los que posibilitaron esa trasformación. Ciertamente, los homínidos estuvieron dotados de unos órganos muy especiales, las manos que les permitieron crear herramientas modificando objetos de su entorno.

Pero… «Por muy hábil que seas y a pesar de que tengas las manos adecuadas, si el cerebro no tiene la capacidad cognitiva para imaginarse la utilidad que podría tener una piedra tallada de una forma determinada, la mano no la fabrica”. Salvador Moyà-Solà, paleontólogo experto en primates del Mioceno y director del ICP, 

¿Qué nos impide pensar que esas manos hábiles, y esa capacidad que poco a poco se fue haciendo más cognitiva, no les sirvieron también para manipular los alimentos? 

Así consiguieron que la carne excedente de las grandes piezas de caza, se mantuviera comestible el tiempo suficiente para no pasar hambre hasta la próxima exitosa cacería o para trasladarse en sus viajes. 

El homo sapiens desde hace unos 150.000 años, también disponía de un cerebro tan desarrollado como el nuestro. Pero hasta hace unos 70.000 años, no tuvieron la imaginación suficiente para ponerse en marcha con la inquietud de saber qué había más allá del horizonte. Fue cuando empezaron a crear armas que les permitieron extenderse por la tierra dominando a todas las demás especies. 

En el periodo de tiempo intermedio, de estos 75.000 años, los homo sapiens arcaicos, a pesar de su enorme cerebro, no prevalecieron sobre las demás especies y su estatus los convertía en presas de otros depredadores en la cadena trófica.

Esa facultad se produjo de forma paulatina y en los objetos encontrados por los paleólogos en diferentes estratos, se aprecia un progresivo perfeccionamiento en la confección de aquellos utensilios a lo largo del tiempo. La piedra formada toscamente, se transformó en el bifaz. Una herramienta que, para crearla, ya era necesario un salto evolutivo que les permitiera pensar en abstracto. Una evidencia más del desarrollo intelectual de los humanos primitivos.

Pero en realidad, pasaron muchas generaciones produciendo y empleando esas toscas piedras, apenas formadas, hasta que el homo sapiens tuvo el cerebro suficientemente trasformado para llegar a la perfección del bifaz, las puntas de lanza, el arco, la flecha… y todo ello implica una progresión en las capacidades mentales, difícil de explicar sin una transformación apreciable en aquellos cerebros incapaces hasta entonces de pensar en abstracto. 

Hasta la llegada del periodo Neolítico, no se tienen evidencias de la domesticación de los microorganismos fermentativos para favorecer unas fermentaciones dirigidas. Pero eso no significa que mucho antes, el homo sapiens consciente, no hubiera consumido alimentos fermentados de forma espontánea, o que ellos mismos favorecieran alguna fermentación determinada.

 

Alimentos con probióticos que podían tomar nuestros antepasados 

Más adelante trataremos de desarrollar profundamente las posibilidades que tuvieron aquellos simios para acceder a un consumo importante de probióticos. Pero en un breve resumen, podemos apuntar a:

– Consumo de alimentos que fermentaron de forma espontánea como pescado y carnes desecados accidentalmente por la proximidad de fuentes de sal (lagos salinos, sal mineral, zonas marinas…). 

– Verduras y frutas fermentadas en el suelo entre la hojarasca. 

– Consumo de estómagos de herbívoros con bolo alimenticio a medio digerir. No podemos olvidar que empezamos siendo carroñeros. 

– La leche de las ubres de alguna hembra lactante cazada y dejada fermentar. 

– Consumo de miel. 

– Éramos omnívoros por tanto el consumo de plantas y frutos secos también supuso el necesario aporte de prebióticos, que favorecieran la implantación de una flora intestinal eficiente. Así que la disponibilidad de alimentos con suficiente carga de microorganismos probióticos vivos, no debió ser un problema para la transición del homo sapiens.

Por: José Antonio Barroso.

José Antonio Barroso, fundador del Grupo Microal-Tecoal, nos ofrece una descripción precisa sobre la perfecta simbiosis ancestral entre el ser humano y los probióticos, de la que nos hemos beneficiado inmensamente de forma mutua y gracias a la cual somos lo que hoy somos, como especie y como civilización.