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¿Tal vez la fruta
prohibida que nos echó del paraíso fue una manzana…fermentada?

¿Qué fue lo que nos hizo conscientes?

Fue algo que nos expulsó del paraíso de la inconsciencia y nos hizo ver que somos efímeros.

Algo que despertó nuestra autoconciencia y al convertirnos en seres conscientes de nuestro final, apareció la angustia, el miedo…

“La ignorancia no padece, los animales no padecen ante lo desconocido, ante el pasado, el futuro, etc. ya que no tienen consciencia y sin ella, no existe el dolor, pérdida, ni el miedo al futuro, a lo desconocido o a la muerte”. Kierkegaard filósofo danés.

Debió ser algo que actuara a nivel de nuestro cerebro.

Lucía es una hembra del género erectus… Pertenece a los homínidos que iniciaron su andadura hace un millón y medio de años y que desaparecieron, dejándonos el campo libre a los homo sapiens, tras medio millón de años de existencia. Los de su especie, fueron los primeros homínidos que se alimentaron de carroña y también a veces cazaron animales armonizando su alimentación con el consumo de carne y la recolección de bayas y tubérculos.

Todavía no han pasado muchas generaciones desde que comenzaron a andar erguidos.

Su capacidad craneal, no es aún muy grande y su cuerpo está cubierto de una capa de pelo protectora.

Lucía, no ha sabido ser seductora, al contrario que otras hembras que han aprendido a resultar atrayentes a los mejores cazadores. Es por eso que ella no es la favorita de ninguno. Y aunque no recibe de ellos demasiadas atenciones, está embarazada.

Fue de un macho alfa que, en uno de esos momentos de deseo insatisfecho, se conformó con ella. Por eso, debe por sí misma buscar la forma de alimentarse, por ella y por la cría que hace ya unos meses, va creciendo dentro de su vientre.

Sabe lo que le espera. Aunque es la primera vez que va a ser madre ha visto a otras hembras parir. Las ha visto apartarse del grupo para traer a aquel duro mundo a su hijo en soledad y las ha oído gritar de dolor.

Sabe que no es un trago fácil de pasar y que, en muchas ocasiones, la madre, la cría o ambas, han perdido el aliento y han quedado inmóviles, en el trance.

Es el tributo que ha de pagar su especie por ponerse erguidos sobre las patas traseras.

El cambio anatómico de la cadera, que se ha producido para desplazarse de pie, ha hecho que los canales del parto se estrechen. Esto ha ocasionado partos más difíciles y complicados respecto a los simios que siguen desplazándose sin erguirse.

Pero la posición bípeda les ha servido para ver por encima de la hierba alta en la pradera. Esa tierra de escasos árboles a la que tuvieron que bajar cuando las zonas boscosas fueron disminuyendo.

Los árboles que quedaron entonces no daban cabida a tantos simios que se habían adaptado a vivir en ellos.

Sin embargo ella, al contrario que otras hembras, no ha pasado su embarazo demasiado estresada. Aunque tiene algo de miedo cuando ve que el momento se va acercando, no es tan intenso el temor como cabría esperar. Extrañamente ella siente una cierta conformidad que le permite vivir con
tranquilidad esa etapa de su vida.

No es consciente de ello, pero esa situación de serenidad, va a favorecer el equilibrio de su flora intestinal. De esa forma, los microorganismos le van a proporcionar la extraordinaria serotonina. La hormona tan necesaria para mantener una calma emocional que ayudará a formar un cerebro eficiente, en el niño durante el periodo de gestación.

Esto es así ya que Lucía tiene una microbiota mucho más desarrollada y equilibrada que los demás individuos de su clan. Y todo ello tal vez se deba a la forma de alimentarse.

Es distinta a la de los demás del clan ya que, por necesidad, ha sabido adaptar su ingesta de nutrientes a los alimentos a los que sí podía acceder.

Como decimos, Lucía no es una hembra demasiado seductora. Su carácter algo osco y escasa disposición a plegarse a los deseos de los machos, ha dado lugar a que ninguno de los dominantes la proteja ni le facilite el alimento.

Por otra parte, sus formas físicas difieren de alguna manera de lo que los machos de su clan consideran abiertamente deseables.

Pero como decimos, Lucía es despierta e independiente. Ha sabido alimentarse por su cuenta con aquellas provisiones que eran menos difíciles de obtener y que quedaban a su disposición dado que al resto del clan no les resultaban apetecibles.

En el suelo del sotobosque, si buscaba con atención, podía encontrar alimentos que al principio le resultaban repugnantes. Pero la necesidad obliga y así acabó por adaptarse a su sabor que en algunos casos ya le empezó a parecer agradable. De esta forma, fue consumiendo frutas que caídas
de los árboles y cubiertas por la hojarasca, habían terminado por fermentar bajo la capa de hojas.

Ese manto de hojas caídas facilitaba el olvido de otros comensales. También al descomponerse, proporcionaban el calor suficiente para que los microorganismos probióticos se multiplicaran en las frutas y vegetales que fermentaban.

La necesidad le había forzado igualmente a consumir ciertas partes de los cuerpos de las piezas que había conseguido el clan.

Aunque los machos del clan ya iban obteniendo sus propias capturas mediante la caza, en muchos casos se trataba de presas disputadas tras dura pelea a otros animales más especializados que las habían abatido.

Lucía debía de conformarse con aquello que el resto del clan despreciaba por su sabor y aspecto repugnante. Se trataba a veces de los estómagos, donde aún quedaban restos de la última comida que la presa había disfrutado antes de ser abatida; vegetales a medio digerir, cargados de maravillosos microorganismos que los rumiantes llevan en sus estómagos para permitirles asimilar su bolo alimenticio.

Incluso se atrevió a consumir aquel líquido blanco que algunas hembras de mamíferos cazadas, contenían en sus ubres.

Aquella leche ya les había servido para alimentar alguna cría del clan, recién derribado el animal. Pero cuando algún adulto intentó tomarla, le costaba digerirla y le producía cólicos y diarreas. Pero Lucía descubrió que tras haber quedado unas horas derramada sobre la oquedad de una piedra había terminado por fermentar y entonces no tenía problemas para digerirla. Así consiguió acostumbrarse a esos sabores ácidos que terminaron por resultarle atrayentes.

El clan de los homínidos erectus, al contrario que los demás simios que quedaron en los arboles tenía acceso a todos estos nutrientes debido a que se bajaron de los árboles para internarse en la sabana.

Lucía no era consciente de ello, pero todos aquellos microorganismos que iba ingiriendo, le enriquecían su flora intestinal que ella mantenía activa y variada alimentándola con los prebióticos que aportaban las bayas que recolectaba del matorral, las raíces que desenterraba y los vegetales que masticaba lentamente con la parsimonia de una hembra grávida.

Y de esta forma, en su vientre se fue desarrollando una criatura que difería de forma importante respecto a los otros individuos del clan en cuanto a comportamiento y desarrollo neuronal. La microbiota intestinal, y la situación mental de la madre influyó de forma importante en componentes del cerebro que se formaban en el periodo de gestación. Por ejemplo, como el hipotálamo y la hipófisis, responsables de la producción del complejo hormonal y todo ello dejó una impronta indeleble en el hijo adulto.

Por una parte, su cerebro se desarrolló de tal forma que las conexiones entre neurotransmisores, dieron lugar a unas aptitudes pensantes que le permitían razonar, planificar, imaginar…

Aquella hembra, gracias a la abundancia de probióticos de que disponía, proveyó de cantidad de microorganismos beneficiosos a su cría en el momento del parto. Posteriormente en el tiempo de lactancia, pudo dar a su hijo una leche más rica en probióticos que la de las demás hembras.

Así aquel recién nacido pudo contar con un sistema inmunitario más eficiente. Esto le supuso una ventaja evolutiva al afrontar con más posibilidades de éxito la lucha a la que debería enfrentarse su organismo contra los gérmenes patógenos que le asediarían el resto de su existencia.

A la vez, la abundancia de serotonina segregada por una flora intestinal activa y equilibrada, le permitió afrontar con más clama las situaciones de estrés a lo largo de su vida. Así favorecía el mantenimiento de una microbiota saludable.

Y lo más importante es que gracias a la acción de aquellos microorganismos que fueron actuando en el cerebro del feto desde su intestino, Lucía dotó a la cría del arma principal del ser humano: un cerebro inteligente.

Aquellos descendientes que las Lucías de entonces, generación tras generación trajeron al mundo, fueron los individuos que dieron lugar a una nueva criatura que gracias a su especial cerebro, terminó por dominar la tierra.

Se le conoce como homo sapiens, el primero de nuestra estirpe. 

Por José Antonio Barroso.

José Antonio Barroso, fundador del Grupo Microal-Tecoal, nos ofrece una descripción precisa sobre la perfecta simbiosis ancestral entre el ser humano y los probióticos, de la que nos hemos beneficiado inmensamente de forma mutua y gracias a la cual somos lo que hoy somos, como especie y como civilización.